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La relativa unanimidad pública que despierta hoy el 24 de marzo no debe ser naturalizada. Indica que la Argentina ha inscripto a los derechos humanos como política de Estado. Por Emilio Crenzel para INFOnews.
Cada vez más argentinos no vivieron el 24 de marzo de 1976 y el sentido histórico que conjuga les fue trasmitido de múltiples formas.
En cambio, para un grupo especialmente activo, esa fecha promueve el recuerdo de los muertos, los desaparecidos, la cárcel y el exilio propio o de sus compañeros.
Para otros, ajenos a esas experiencias, sintetiza un tiempo que repudian. Algunos, entonces chicos, recuerdan ese día sin escuela y los comunicados televisivos y pocos evocan el alivio que sintieron con un gobierno que prometía terminar con la violencia y la inflación. Pese a esta diversidad, a diferencia del 11 de septiembre chileno, esta fecha no enfrenta en dos mitades a la sociedad.
La relativa unanimidad pública que despierta hoy el 24 de marzo no debe ser naturalizada. Indica que la Argentina ha inscripto a los derechos humanos como política de Estado.
En primer lugar, esta situación es fruto de la lucha, desde hace casi cuarenta años, del movimiento de derechos humanos cuya tenacidad, heterogeneidad y creatividad le permitió vencer los escenarios más adversos e impulsar con firmeza sus demandas.
En segundo lugar, diversas políticas implementadas por los gobiernos constitucionales desde 1983 convirtieron al país en un paradigma internacional por el tratamiento de su pasado de violencia extrema. La Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP) fue la primera comisión de la verdad exitosa a nivel internacional, su informe Nunca Más se convirtió en un modelo a escala global para exponer crímenes contra la humanidad, el juicio a las Juntas fue inédito en América latina, y son reconocidas las potentes políticas públicas destinadas a trasmitir el sentido del pasado de violencia y dictadura mediante el currículo educativo, la constitución de archivos, museos, monumentos y otros lugares de memoria.
Sin embargo, este panorama en materia de derechos humanos, incluido el establecimiento del 24 de marzo como “Día Nacional de la Memoria por la Verdad y la Justicia”, no debe hacernos olvidar aspectos claves que esta situación eclipsa. Quiero mencionar sólo cuatro.
En primer lugar, la represión legal e ilegal del Estado no comenzó el 24 de marzo de 1976.
Este proceso, cuya historización sigue pendiente, fue soslayado desde la restauración de la democracia en 1983 con el fin de distinguirla radicalmente de la dictadura. Ello obturó un examen más amplio y profundo de las violencias de Estado y sus responsables.
En segundo lugar, el golpe de Estado no fue una determinación exclusivamente militar. La mayoría del espectro político vio en él una alternativa favorable a sus intereses, las corporaciones económicas y religiosas lo promovieron con entusiasmo y la mayoría de la sociedad lo recibió con expectativa o bien con indiferencia. Pocos resistieron.
En tercer lugar, el 24 no afectó a toda la sociedad argentina por igual. Ese día cobró bríos un modelo de concentración de riqueza que reestructuró regresivamente el perfil económico y social del país.
Por último, el Estado no dirigió indiscriminadamente su violencia despiadada contra toda la sociedad sino contra sus enemigos subversivos y, a la vez, gran parte de la sociedad “soltó sus lobos”, en palabras de Guillermo O' Donnell, al legitimar el poder sus micro despotismos.
En síntesis, sería equivocado evocar el 24 de marzo sin reconocer los cambios substantivos que experimentó la Argentina ante las violaciones a los derechos humanos que marcaron con sangre ese día. El error paralelo sería encandilarse con la unanimidad en la memoria pública que esta fecha promueve y pensar a ese acontecimiento como una otredad por completo ajena. Por el contrario, el 24 de marzo sintetiza un proceso político, el más nefasto, de nuestra historia que comprende pero trasciende a la dictadura iniciada entonces, interpela las responsabilidades políticas y morales de diversos actores, exige examinar en múltiples planos las transformaciones y los desgarramientos que produjo y pensar críticamente que hay de él, como huella y como legado, en el presente.
* Investigador del CONICET y Profesor UBA. Es autor de: “La historia política del Nunca Más”, Buenos Aires, Siglo XXI.
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